
Por María Cervera, gestora cultural y formadora en igualdad.
Desde hace unos años muchos hombres con los que hablo dicen encontrarse perdidos. No saben cómo ser hombres.
Antes les resultaba todo más fácil, o al menos tenían más claro lo que se esperaba de ellos: ser los fuertes, los valientes y los encargados de lo productivo. Poco más. No debían prestar atención a las cuestiones domésticas, ni a las familiares. Ni a las estéticas. Vamos, debían centrarse en lo importante, gobernar el mundo y traer el pan a casa.
Pero resulta que ahora se espera que sean sensibles, esperamos que se ocupen de sí mismos y por supuesto, que sean corresponsables en los cuidados de otras personas y de las tareas. Y se empezó a hablar de nuevas masculinidades. O nuevas formas de ser hombre.
Las mujeres también hemos aprendido a ser mujeres lejos de los estereotipos y de esa feminidad que se nos presupone. De hecho, aún luchamos con muchas de esas cadenas. Es un proceso de concienciación, de desaprendizaje y de reeducación personal y social. Todo un viaje hacia una nueva sociedad de personas libres, mujeres y hombres libres e iguales.
Simone de Beauvoir nos advertía en El segundo sexo cómo el género nos moldea para convertirnos en las mujeres que la sociedad y el sistema patriarcal quiere que seamos. De igual modo la masculinidad se construye. Un hombre aprende a ser hombre cuando interioriza ese montón de estereotipos, roles y mandatos que le exige la masculinidad hegemónica, es decir la imperante, la socialmente esperada y exigida. Son los valores, atributos, conductas y comportamientos que se espera que adquieran los niños en su socialización. Un reglamento que marca lo que debe ser y lo que no es ser un hombre de verdad. Un modelo que orienta e indica el camino y marca el tipo de relación con respecto a las mujeres.
Mientras a los niños les animamos a saltar, correr y a comerse el mundo. A no llorar, a poder con todo que “tú puedes”, a ser “machotes… A las niñas les advertimos que pueden llegar donde quieran pero sin hacerse notar, sin correr. Y siempre guapas y limpias, agradable a los demás. Sin levantar la voz como una “señorita”. Y así es como los niños aprenden la masculinidad hegemónica. Y las niñas a sostenerla.
Así, en este proceso de identificación con el modelo masculino hegemónico, se une también la negación de lo considerado femenino, y conlleva además un ejercicio constante y demostrativo de la masculinidad. El hombre capitaliza toda esa socialización diferenciada a base de poder y de superioridad simbólica. Así se va conformando esa masculinidad hegemónica, que unos pocos ostentan y otros tantos ayudan a sostener.
Beatriz Ranea nos describe, en Breve diccionario de feminismo (2020), la masculinidad hegemónica como “el modelo de masculinidad que permite la pervivencia y la reproducción del patriarcado. Por ello, el concepto ha de dar cuenta del carácter relacional y jerárquico respecto a las mujeres.”
Así, el rol de género empieza a aprenderse desde casi el momento del nacimiento. Y el lenguaje suele ser una vía de aprendizaje de estas normas, contribuyendo a que los más pequeños interioricen los esquemas machistas para interpretar el mundo. Por ejemplo, cuando acentuamos el valor y la valentía en los niños, les estamos “obligando” a ser valientes y al tiempo establecemos esa división entre los que son valientes y los que son cobardes.
El universo visual con el que rodeamos a los bebés también ayuda a conformar ese universo masculino excluyente. Si desde que nacen a su alrededor lo que ven son solo colores fuertes, animales fuertes, objetos deportivos o relacionados con la acción o incluso con la violencia, ¿cómo creemos que está desarrollándose su personalidad? ¿Cuál va a ser su forma de relacionarse con el mundo? ¿Desde la ternura o desde la fuerza? Aunque ésta sea una simplificación peligrosa para hacer más entendible el concepto, no es descabellado ver cuál es la relación entre lo que nos rodea y cómo creamos nuestra realidad.

¿A qué se denomina “nuevas masculinidades”?
La idea de una nueva masculinidad surge en el movimiento feminista. Éste defiende que la auténtica igualdad de género llegará no solo con medidas a favor de los derechos de la mujer, sino con un cambio por completo en las actitudes de los hombres. Y ahí es donde entran en juego los nuevos modelos de hombres.
El feminismo pone su foco en el género, esa construcción social cuyo objetivo es atribuir a mujeres y hombres atributos bien diferenciados. El desarrollo de estas categorías sociales, es necesario para la buena organización y gobierno de la sociedad. Es necesario profundizar en un cambio radical en la mentalidad, el comportamiento y la actitud de toda la sociedad, pero en particular en las de los hombres. Se trata de desmontar esa masculinidad hegemónica.
Lo que nos ha conducido a esta situación es que los hombres se comportan de forma dominante, acostumbrados a mandar y a no ser mandados. Presentándole al mundo sus atributos de fortaleza, egoísmo e individualismo. El tipo de virtudes que tenemos que cuestionar porque la masculinidad hegemónica se ha quedado obsoleta.
Entonces ¿qué nos proponen las nuevas masculinidades? Para empezar es una gran deconstrucción. Un acto de gran confianza en que los hombres inicien un proceso personal de reformas estructurales en sus personas, en las formas y en el fondo, y a todos los niveles.
La autora feminista Nuria Varela en Íbamos a ser reinas nos habla de los movimientods de hombres que hace algunas décadas empezaron a aplaudir los avances feministas. Los conocemos como aliados. Y que coexisten con esos hombres que ni aplauden ni critican, y no contribuyen ni un poco a que las mujeres sigan conquistando avances.
Pero entonces surgieron las “terapias de masculinidad”. ¿Recuerdas lo que te decía al principio de este artículo? Esos hombres que se sienten perdidos ante los cambios sociales que los avances de la igualdad han producido. Pues en estos grupos buscan ese apoyo, entender los cambios y aprender a ser hombres desde el respeto al otro sexo.
Bueno, también encontramos un movimiento de derechos de los hombres, que suelen ser los más mediáticos, por ruidosos y misóginos. Estos emparentan bien con los que defienden el modelo tradicional de hombre patriarca, amo y señor.
Yo diría que uno de los pasos principales es que los hombres sean capaces de ser autocríticos, de cuestionarse su posición en el mundo. ¿Por qué son los hombres los protagonistas de la mayoría de acciones violentas? ¿Por qué se comportan como lo hacen? ¿Por qué son los dominadores en este sistema? ¿Qué consecuencias tiene esta dominación? ¿Por qué existe esa especie de corporativismo masculino que defiende y anima el machismo?
El camino para definir cómo pueden llegar a ser esas “nuevas masculinidades” nos lleva a centrarnos en una nueva “subjetividad masculina” como nos dice Octavio Salazar en su libro El hombre que no deberíamos ser. Salazar nos habla de privilegios, esos de los que los hombres idsfrutan por el mero hecho de haber nacido con sexo masculino, y de los que disfrutan con una actitud totalmente acrítica.
Con todo lo recopilado hasta ahora, vamos a intentar establecer algunas ideas para trabajar las nuevas masculinidades o esas nuevas formas de ser hombre más diversas, alejadas del modelo patriarcal.
- Eliminar los estereotipos de género
- Ser conscientes de los privilegios masculinos y cuestionarlos de manera crítica
- Comprometerse con el cambio personal (expresión de afectos, gestión de la frustración, vivencia de la sexualidad, compromiso contra la homofobia…)
- Recobrar la solidaridad y empatía del hombre hacía su entorno
- Facilitar el reparto equitativo del poder social con las mujeres
- Luchar activamente contra la violencia hacia las mujeres
- Asumir la corresponsabilidad en el cuidado de las personas
- Impulsar los modelos positivos de masculinidad (hombres cuidadores, pacíficos, sensibles…)
- Comprometerse con el cambio en el ámbito público a favor de la igualdad.

Cómo educar a niños y adolescentes en las nuevas masculinidades, libres de estereotipos
Enseñar a los niños desde estos principios es siempre un buen comienzo. Para ello podemos recurrir a Educar a un niño en el feminismo de Iria Marañón, como manual básico. Entender la forma diferenciada de aprender a ser personas entre niños y niñas nos da pistas valiosas para estar alerta ante el sexismo. Iria Marañón nos muestra el camino para educar a los niños para un mundo feminista:
Debemos enseñar a los niños a mostrar sus emociones y que éstas forman parte de nuestra vida de la forma más natural. Además de ayudarles a relacionarse desde la cooperación y la colaboración. Para esto nos resultan muy útiles los juegos.
Hacer entender a un niños que la agresividad y la violencia no es un buen punto de partida para relacionarse ni comunicarse, parece una misión complicada en este mundo, pero podemos recurrir a técnicas de aprendizaje basadas en la comunicación no violenta.
Controlar sus emociones y saber expresarlas con naturalidad facilitará el control frente a a utilización del riesgo como forma de autoafirmación. Ya no necesitaran estas prácticas, serán capaces de mostrar sus vulnerabilidades de forma más sana y respetuosa con las demás personas.
Otra de las cuestiones básicas es fomentar la autonomía. Los niños deben saber valerse por sí solos, a medida que maduran y de acuerdo a su edad. Deben convertirse en hombres corresponsables que conozcan la importancia del cuidado personal, de los demás y de nuestro entorno.
No se sentirán superiores a nadie, puesto que habrán aprendido a valorar a cada persona por sí misma, no por cuestiones relacionadas con su género. Serán capaces de amar y mostrarlo, de expresarse y escuchar.
Serán hombres nuevos acordes con el mundo nuevo, más igualitario y respetuoso que queremos construir entre todas y todos.